Contra la Corriente
Jorge Enrique Robledo Castillo
Manizales, mayo 2 de 1994.
La actual crisis de la caficultura ha entrado en la historia nacional, y no solo porque sea la m s grave que se recuerde. Tampoco tienen precedentes la Marcha Cafetera a Bogotá del 30 de marzo de 1993 y la realizada a Pereira el pasado 27 de abril. Nunca antes los cafeteros colombianos habían hecho sentir masiva, pública y airadamente sus reclamos. Por vez primera, el campesinado y no pocos empresarios, la base sobre la que descansa el mundo del café, pudieron expresar sus sentimientos y convicciones sin tener que someterse a las cortapisas que supuestamente exigen los acomodamientos palaciegos y las llamadas “realidades” de la tecnocracia oficial.
También llaman la atención el número, origen y sacrificios de los manifestantes. De m s de cien municipios se desplazaron cerca de diez mil caficultores. Desde rincones de la geografía nacional tan lejanos como Piendamó, en el Cauca, Gigante, en el Huila, Sonsón, en Antioquia, Chaparral, en el Tolima, el Valle y todo el Antiguo Caldas llegaron campesinos y empresarios. Y vinieron pagándose su desplazamiento básicamente de sus propios y menguados recursos, porque la verdad es que los aportes que se consiguieron con algunas organizaciones, alcaldes, bonos de respaldo, rifas y contribuciones individuales apenas cubrieron una mínima porción de lo que tuvieron que aportar quienes participaron en la protesta.
Por otro lado, la solidaridad fue notable. No solo se desfiló en medio del caluroso apoyo de los pereiranos que aplaudieron desde andenes y balcones. Alcaldes, concejos municipales, periodistas, curas párrocos, asambleas departamentales, sindicatos, agremiaciones, dirigentes políticos, editorialistas, en fin, todo el mundo en las zonas cafeteras le hizo saber a los productores que no estaban solos en sus justísimos reclamos. Hasta quienes debiendo estar en la marcha y no estaban, con timidez dejaron saber de qué lado colocaban sus simpatías. Y nuevamente los obispos, encabezados por el arzobispo de Manizales, Monseñor Jos‚ de Jesús Pimiento Rodríguez, dieron a conocer su firme compromiso con la causa de los cultivadores del grano.
El otro hecho evidente es que esa enorme movilización no la organizó la m s vieja, grande y adinerada agremiación que existe en el país, como hubiera sido de desear, sino Unidad Cafetera Nacional, que en un tiempo breve ha logrado un crecimiento y una expansión notables, por la seriedad de sus análisis, la responsabilidad de sus actos y la defensa sin vacilaciones de los intereses de los productores.
Pero la gran lección que debieran sacar la Federación, el gobierno que afortunadamente termina y quienes aspiran a sucederlo es la gravedad de la crisis, la causa principal que explica por qué tanta gente, desafiando la pobreza, el frío, el hambre, las incomodidades y los desvelos, viajó centenares de kilómetros para expresar su repudio a la especulación de las trasnacionales y a la política anticafetera oficial. Y que explica también porque entre las peticiones se incluye la condonación de las deudas bancarias, una petición que, así le suene exagerada a algunos, simplemente refleja que en el café “llegó la hora de pensar lo impensable”, como dijera algún encumbrado conocedor del tema, en razón de que se asiste a una tragedia que desbordó hasta las predicciones m s pesimistas. A los cafeteros y a la nación m s les vale que no se persista en manejar este asunto dentro de la ortodoxia de las ‚pocas normales, ortodoxia que, la verdad sea dicha, nunca se ha aplicado en los afanes de los agentes económicos débiles por su número pero poderosos por la envergadura de sus capitales.
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