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JULIO MARIO, LUIS CARLOS, CARLOS Y YO

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Manizales, febrero 26 de 1996.

El título de este artículo se refiere, como es obvio, a Julio Mario Santodomingo, Luis Carlos Sarmiento Angulo, Carlos Ardila Lulle y Jorge Enrique Robledo Castillo. Y no se piense que me coloqué de cuarto en la lista por un incontrolable ataque de arribismo o porque me convertí en candidato para una temporada en Sancancio. No. Los lectores que no pierdan la paciencia verán que figuro en el listado con todo derecho, porque tampoco se trata del caso de sumar factores de diferente calidad, lo que los docentes de matemáticas explican como el error de agregar, por ejemplo, papayas y aguacates.

 

En 1994, los enumerados tuvimos ingresos (ganancias ellos) así: Julio Mario, 254 mil millones de pesos; Luis Carlos, 146 mil millones de pesos; Carlos, 78 mil millones de pesos y yo… mejor no lo confieso, para no someter a escarnio el precario sueldo que recibimos en la Universidad Nacional de Colombia y para no facilitarle una sonrisa burlona a mis malquerientes. Sin embargo, no existe error en el título de este artículo, y no sólo porque los cuatro nacimos en Colombia.

 

Lo que permite colocar en la misma lista a tres de los mayores magnates del país y a un profesor universitario que vive exclusivamente de su trabajo, es que las viviendas que habitamos los cuatro pertenecen al Estrato Seis en las tablas de las tarifas de los servicios públicos, los gravámenes de valorización y el impuesto predial. Por obra y gracia de un truco casi mágico de quienes gobiernan a Colombia, fui elevado a la categoría de los poseedores de las chequeras mejor dotadas de la nación. No sé cómo agradecerles tan amabilísimo detalle. Apenas resta esperar que cuando me acerque a un banco a solicitar un crédito tan abultado como los que consiguen mis pares, el gerente se desviva en atenderme y no me exija garantía distinta a demostrarle que Julio Mario, Luis Carlos, Carlos y yo…

 

Y relaciones similares a la anterior puede hacer cada familia de cualquiera de los llamados “estratos socieconómicos” que, supuestamente, generan aportes de carácter democrático. El cuento -porque es puro cuento- de los “estratos” apenas intenta disimular varios hechos. Una vez se renuncia a emplear -para financiar la totalidad de los gastos gubernamentales- un sólo impuesto, nacional, proporcional y progresivo, según la renta y el patrimonio, y que de cierto nivel hacia abajo excluya a todo el mundo, aparece un sistema tributario que favorece a los potentados y lesiona -reduciéndoles sus propias necesidades de existencia- a los demás. Así, a falta de impuestos verdaderamente democráticos, buenas son tarifas para financiar los servicios públicos. Y los gravámenes de valorización se explican por las mismas razones, más un sofisma: que las obras públicas valorizan los inmuebles de los particulares, como si a quienes tenemos las viviendas para habitarlas nos interesara que, con cualquier teoría, nos aumenten las exacciones.

 

Y esta política regresiva se viene profundizando en los últimos años. De un lado, disminución de los impuestos a los monopolios y a las transnacionales. Y del otro, aumentos al IVA y a las tarifas, sobretasas a la gasolina y más valorizaciones -que en Manizales sumarán, sin contar las financiaciones, 27 mil millones de pesos-, como si no viviéramos en la Colombia aperturista del empobrecimiento generalizado.

 

Es repudiable que a los gobernantes, incluidos alcaldes y concejales, les parezca el colmo del “buen gobierno” realizar obras de necesidad bien discutible. Pero es peor que para financiarlas recurran a aumentar y crear tributos, asuntos éstos de los que ni siquiera hablaron cuando andaban en trance de simpáticos candidatos.

 

Coletilla: A falta de empleos y adecuados salarios, bueno es facilitar los sueños, aun cuando los esquilmen, pensarán los pragmáticos neoliberales que, además, le sacarán jugo a la administración de los dineros de los impuestos que se recauden en los casinos.