Jorge Enrique Robledo, Bogotá
11 de abril de 2010.
Además de las valiosas razones éticas, hay que repudiar por contrarias a la democracia todas las formas de corrupción y coacción a los electores, entre ellas el clientelismo. Y deben rechazarse también los mecanismos extorsivos y corruptos con los que se conforman las mayorías parlamentarias, porque esos métodos también violan la moral y el carácter democrático de las decisiones políticas. Que esto se refiera a la forma de hacer política a la hora de votar y gobernar no le quita su importancia decisiva, porque la democracia trata, en primera instancia, sobre la manera de tomar las decisiones. Lo ocurrido en los pasados comicios, ganados en mucho por la corrupción y el delito, nos avergüenza ante el mundo y confirma cómo es de poco democrática la llamada “democracia” colombiana.
Pero no es menos importante el otro aspecto de la política, el cual tiene que ver con el contenido de las decisiones de los elegidos de una u otra forma, honesta o corrupta, es decir, con los objetivos de la lucha por el poder político, que se relacionan con preguntas como estas: ¿Defienden la soberanía nacional o la entregan? ¿Respaldan la globalización neoliberal o la combaten? ¿Actúan con una lógica democrática o plutocrática? ¿Estimulan el progreso del país o su ruina y estancamiento? ¿Desemplean y empobrecen al pueblo o promueven su progreso? ¿Respetan a la oposición? ¿Es auténticamente democrática su política de seguridad? ¿Apoyan las bases de guerra gringas o las rechazan?
Se concluye, entonces, que con la sola honestidad no basta para dirigir bien un país. Esa virtud –por lo demás elemental y relativamente fácil de poseer, así sea muy importante– constituye una condición necesaria para el acierto, pero no es suficiente. Los honestos también pueden tomar las peores decisiones. Por ejemplo, quien gobierne orientado por el neoliberalismo, por pulcro que sea, condena el país al atraso, la pobreza y la concentración de la riqueza, factores que además nutren a los corruptos de todas las layas, entre otras razones porque las corruptelas son el lubricante de las relaciones globales del libre comercio.
Tampoco sobra saber que los clientelistas colombianos han votado sí a todas las reformas neoliberales, incluidas las privatizaciones y los tratados de libre comercio. Con esto no digo que cada neoliberal sea un clientelista, pero sí que los clientelistas suelen ser neoliberales, hecho que debe llamar a la reflexión a quienes, con toda la razón, valoran la importancia de la honestidad en la política.
Los colombianos tenemos, entonces, el deber de oponernos sin vacilaciones a la corrupción, pero, al mismo tiempo, exigir que se debata en público lo que todos, honestos y corruptos, harán si terminan gobernando, porque de ello también depende el futuro de millones de empobrecidos compatriotas. Además, reviste importancia ética que los candidatos presidenciales no le oculten al país lo que piensan del modelo económico neoliberal, y si gobernarán guiados por sus políticas. Incluso, ¿no le va muy mal en un debate moral al propio libre comercio, que irremediablemente condena a la opresión a tantos países y a tantas carencias a miles de millones de seres humanos en todo el mundo?
De lo anterior se deduce por qué respaldo a Gustavo Petro, el candidato que representa el programa del Polo, y no a otro. Por razones obvias y de espacio limitaré lo que sigue del análisis al caso de Antanas Mockus, que aparece como fundamentalmente diferente a Santos y a Noemí, a pesar de no ser así. Quien quiera puede constatar que ni en el programa del Partido Verde ni en el de su candidato presidencial se plantea ni el menor desacuerdo con el neoliberalismo y que dicha concepción orientó las determinaciones de Peñalosa, Mockus, Garzón, Fajardo y Londoño, cuando gobernaron a Bogotá, Medellín y Boyacá.
Dada su naturaleza de fervorosos partidarios del libre comercio así lo oculten o disimulen, el editorialista de El Tiempo concluyó: “Si algo se puede decir con seguridad de los cuatro ex alcaldes que integran la cúpula del movimiento es que no son precisamente reconocidos por una férrea e ideológica posición contra Uribe” (Abr.10.10). “Ni uribistas ni antiuribistas”, dijeron con astucia para cazar votos en todos los lados. Es decir, uribistas, vergonzantes, pero uribistas. Y lamento informarles a los honrados que, dentro del neoliberalismo, como el que practica Uribe, no podrá resolverse ni uno solo de los problemas del país, incluido el de la corrupción.