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ENSEÑANZAS DE UN NOMBRAMIENTO

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Jorge Enrique Robledo

Bogotá, 11 de agosto de 2005.

 

Según El Tiempo del 2 de agosto de 2005, Andrés Pastrana dijo: “La pregunta es si es lícito negociar con tal poder electoral (que representan los paramilitares) mientras la cabeza negociadora está en trance electoral. Si aquí hay una simple interferencia o una flagrante incompatibilidad. Si aquí se pueden dar garantías”. También afirmó que “tampoco es sano para una democracia que un gobernante esté comprando conciencias para aprobar la reelección. Paradójicamente, Uribe pasó de prometer meritocracia a ser el Presidente que más ha oxigenado a la vieja clase política”. Y una vez nombrado embajador en Washington, intentó su defensa: “Ni el Presidente me compró la conciencia, ni yo le vendí mis principios”. “¡Ya voy, Toño!”, comentó D’Artagnan, a quien dos días después de esta opinión Uribe le ofreció la embajada en Canadá.

 

Fueron comunes, aunque no unánimes, las opiniones en los medios de comunicación que alaban o por lo menos justifican el nombramiento de Andrés Pastrana como embajador de Colombia ante la Casa Blanca. No faltaron quienes calificaron ese acto como una “jugada maestra” de Uribe e incluso alguno dijo que por esa vía el hijo de Misael saldría del descrédito que lo acosa y se convertiría en presidenciable.

 

Ante semejante espectáculo, somos muchos los colombianos, bastantes más de los que sueña el uribismo, que no sabemos qué es lo peor en esta historia: si la compraventa implícita en la nueva relación entre Uribe y Pastrana, las coincidencias de fondo que sostienen un contubernio que avergüenza a Colombia ante los países civilizados del mundo o la actitud de quienes, vanamente, intentan cubrir con un manto de respetabilidad lo que carece de toda dignidad.

 

Es imposible que alguien pueda demostrar que Uribe no adquirió a Pastrana, y que no lo hizo con el mismo tipo de práctica politiquera y clientelista que ha hecho famoso a este gobierno, método que, con razón, había denunciado en todos los tonos el expresidente conservador. Y a quienes pretenden lavarle la cara al Presidente aduciendo que la culpa recae sobre su nuevo embajador hay que preguntarles quién es más culpable, según la vieja máxima: si el que peca por la paga o el que paga por pecar.

 

La nueva alianza entre Uribe y Pastrana, que reencaucha la ocurrida durante las elecciones presidenciales del 2002, tiene como fundamento la coincidencia en torno a la aceptación de las políticas que vienen de Washington, medidas que, como puede demostrarse hasta la saciedad, se inspiran en tres grandes lineamientos: sustituir trabajo nacional por trabajo extranjero, estimular la concentración de la riqueza en manos de unos poquísimos y gobernar con el criterio de que el país funciona mal porque los pobres y las capas medias viven demasiado bien. En términos de la necesidad política de defender lo que no tiene defensa, no es sorprendente esta alianza cuando caminan decisiones tan contrarias al progreso del país como las que cada día se destapan en las “negociaciones”del TLC, en la anunciada reforma tributaria para subirle los impuestos al pueblo y bajárselos a las transnacionales y en el incumplimiento de la palabra presidencial sobre la no privatización de Telecom y la Refinería de Cartagena. Y aunque sea paradójico, por tanto, el nombramiento de Pastrana no expresa fuerza sino debilidad.

 

La actitud de justificar el espectáculo bochornoso que se comenta tiene dos explicaciones. De una parte, así se expresan los amigos de Uribe y de Pastrana, quienes, por razones obvias para ellos, no van a permitir que sus escrúpulos los contrapongan con el poder de sus jefes. Y, de la otra, si algo caracteriza la descomposición del país, fenómeno que tanto se ha profundizado en esta administración, es que desde las cumbres del poder se les viene inoculando a los colombianos la idea de que, “en política, todo vale”, sin importar cuáles sean las posiciones que se asumen, siempre y cuando conduzcan al éxito personal de los protagonistas.

 

Pero se equivocan quienes así actúan cuando creen que todos los colombianos pensamos como ellos, que el horrible país que modulan carece de reservas morales y que, por tanto, nadie cae en cuenta de lo que pasa o nadie repudia esas actuaciones. Porque por muy grave que sean las crisis, y notorio el implacable socavamiento de la capacidad de resistencia a la ignominia, siempre las naciones, todas las naciones, aferradas a posiciones de principios, terminan por salir hasta de los peores pantanos.