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Milton Friedman, el premio Nobel de Economía y uno de los padres de la teoría neoliberal, tiene una frase famosa que dice así: “hay una y solo una responsabilidad social de las empresas, cual es la de utilizar sus recursos para conseguir utilidades”.
De esa frase se sacan dos conclusiones. Que el empresario debe ser lo duro que tenga que ser para obtener ganancias. Y que el empresario debe clavar su cabeza en su plato, preocuparse solo por la microeconomía de su propia empresa, y dejarle la macroeconomía, el cómo funciona la economía del país donde opera a la clase política y a la tecnocracia neoliberal, a la que les presentan como sabia, pura y perfecta, a la que hay que hacerle caso en todos los casos.
¿Es cierta esa frase? Por supuesto que no. Porque contiene un sofisma. Es obvio que las empresas tienen que ser rentables o no pueden existir y pierden una de sus razones de ser. Pero de ahí a concluir que no les debe interesar qué pasa en su entorno, en la macroeconomía de su país, por supuesto que es una idea muy equivocada, entre otras razones, porque los tecnócratas y la clase política pueden equivocarse. Pueden errar porque se confunden o pueden errar porque representan intereses distintos a los de la propia nación y a lo de los propios empresarios a los que les están aplicando esas políticas.
Cuando empezó la apertura, Darío Múnera Arango, presidente de la junta directiva de la ANDI, cuando era la Asociación Nacional de Industriales, hizo una frase que dejó claro lo que se menciona. Dijo: “la competencia internacional no es entre personas ni entre empresas, es entre naciones, naciones completas”. Lo explico: cuando dos mercancías se estrellan en la competencia en el mercado mundial, lo que se estrella es la capacidad de competencia de los propios empresarios, claro, pero también del país entero. Ahí, en esa competencia, se va a expresar la tasa de interés, el acceso o no al crédito, el tipo de infraestructura que se tenga, el desarrollo científico-técnico de esa nación, su aparato educativo, incluso el propio medio ambiente, que también determina factores de la competencia. Decirle entonces al empresario que clave su cabeza en su empresa y no mire nada más es, por supuesto, una propuesta equivocada.
De otra parte, esa invocación de Milton Friedman no se ha aplicado en los países desarrollados. Los empresarios de los países de economía de mercado desarrollada, los países capitalistas exitosos, han logrado que sus Estados, sus gobiernos, sus tecnocracias, operen en función de sus necesidades, de sus intereses, que en cierto sentido hacen coincidir con los intereses nacionales. Luego no se aplica allá, no se ha aplicado nunca la idea de que el empresario tiene que hacer caso omiso de las decisiones de las clases políticas y de los tecnócratas que orientan en detalle las decisiones económicas.
Y el caso de Colombia es un ejemplo negativo. Porque como aquí el empresariado industrial y agropecuario les entregó el derecho a decidir como quisieran a la clase política y a esa tecnocracia neoliberal, vinculada con los grandes centros de poder extranjero, ahí está el resultado de la apertura y de los tratados de libre comercio, que le han hecho un daño inmenso al aparato productivo nacional, empezando por la propia economía empresarial, como lo demuestran las altas tasas de desempleo, que no son culpa de los empresarios, sino de un modelo económico que no nos permite generar el trabajo y la riqueza que debemos generar.
Es obvio, por tanto, que los empresarios colombianos sí tienen que interesarse por la política y por cómo se orienta el país.
Bogotá, 24 de octubre de 2021.