Por Emilio Sardi. EL PAIS el 31/mayo/2022
Al cumplir diez años de su entrada en vigencia, es oportuno revisar los resultados del tratado de libre comercio (TLC) con Estados Unidos.
Su firma fue simple. A inicios de 2004, Robert Zoellick, director de la U.S. Trade Agency, le entregó al Gobierno colombiano de ese entonces un cerro de documentos, informándole que ese era el borrador del TLC y que, una vez lo hubiera leído debía llamarlo para que viniera a firmarlo. Después de un largo proceso tratando de convencer a los colombianos sobre sus supuestos beneficios, y tras solicitar el cambio de un par de comas, nuestros ‘negociadores’ llamaron y el TLC se firmó el 22 de noviembre de 2006.
Ese texto fue modificado posteriormente gracias a la intervención de la Iglesia Católica y de las ONG Misión Salud y Oxfam América, quienes lograron que el Congreso de los EE.UU., mediante el protocolo modificatorio de junio de 2007, reversara las más locas cláusulas de propiedad intelectual aceptadas por nuestros ‘negociadores’, que afectaban al acceso de los colombianos a los medicamentos, y redujera en unos US$ 800 millones anuales su costo para el país. En lo demás, se mantuvo el texto del señor Zoellick.
Por razones políticas, a pesar de que el TLC firmado incorporaba todos los deseos del gobierno estadounidense, apenas en 2012 el Congreso de ese país lo aprobó y este entró en vigencia.
La evolución de la balanza comercial entre los dos países evidencia la bondad del TLC con Estados Unidos. En 2012, al entrar este en vigencia, dicha balanza era superavitaria para Colombia en US$8.244 millones. En 2013 el superávit se redujo ya a apenas US$2.780 millones, y a partir de 2014 nuestra balanza comercial ha sido permanentemente deficitaria.
No solo nuestra balanza comercial con EE.UU. se tornó en deficitaria con el tratado, sino que el monto de nuestras exportaciones a ese país se redujo enormemente. De exportarles US$21.000 millones en 2012, pasamos a US$18.500 en 2013, para estabilizarnos en los US$10.000 millones actuales. Durante los últimos siete años les hemos exportado menos que en 2007, y nunca volvimos a aproximarnos a niveles como los de los años vecinos a la entrada en vigencia del TLC.
Por otro lado, las importaciones de alimentos a Colombia se han multiplicado casi por cuatro durante la vigencia del TLC, superando hoy los 16 millones de toneladas anuales. Aunque no todo este aumento puede ser adscrito al TLC, buena parte nace de él.
Y en cuanto a la innovación generada por el TLC, más del 80% de los productos que hoy se exportan a Estados Unidos ya iban a ese mercado antes de su firma. Que productos como el aguacate hayan empezado a exportarse, se debe a circunstancias agronómicas para nada relacionadas con el tratado. Mientras el Estado colombiano no haga esfuerzos serios para fortalecer la oferta exportable, los supuestos beneficios de este aspecto del tratado son meras quimeras.
Al tomar en cuenta lo anterior y otros aspectos del TLC, como la reducción en ingresos fiscales y los gigantescos riesgos de las cláusulas de expropiación indirecta y anulación y menoscabo que obligan a Colombia a resarcir a las compañías estadounidenses por cualquier disminución en sus ingresos ocasionada por acciones del Estado colombiano, realmente no es claro a qué viene toda la alharaca que se ha venido haciendo por el cumpleaños de un tratado tan mal negociado y nunca bien aprovechado.