Jorge Enrique Robledo Castillo
Contra la Corriente
Manizales, 3 de febrero de 1998.
Muchísimos de los votos son producto de operaciones clientelistas. El elector sufraga a cambio de un beneficio personal: la oferta de un empleo o el mantenimiento del que tiene, una obra de infraestructura, un cupo en una escuela, un carnet del Sisbén, un contrato, etc., etc. Es la actividad del Estado –sobre todo la del poder ejecutivo, que es el que maneja la plata y los puestos– convertida en mecanismo de extorsión ciudadana. Claro que esos funcionarios no actúan solos pues les deben sus puestos a los que recolectan los votos, es decir, a los miembros del legislativo y a sus jefes, los habilidosos senadores.
Es tal el control de los barones sobre sus electores que pueden hacer campañas sin fijar posición frente a los temas que más afectan a la nación, así en el Congreso hayan aprobado todo tipo de medidas en su contra, y salir reelegidos. El “buen” barón debe tener tan sometida a su clientela -incluídos los subalternos que tienen que arrear la carne de urna- que ninguna decisión, por disparatada que sea, le reste un voto. Y es tan inveterada esta práctica que hay quienes creen que eso es la política: que el asunto se limita a conseguir votos como sea para alcanzar el gobierno y dar y recibir prebendas, mientras se deja que el gran cacique se vaya a Bogotá a aprobar lo que dicte la tecnocracia del Fondo Monetario Internacional, a cambio de que cada genuflexión produzca más puestos, más recursos y más contratos que permitan acrecentar y lubricar la maquinaria.
Claro que vistas las cosas con cuidado, ¿qué más pueden hacer los barones electorales? A manera de ejemplos, cómo conseguir votos diciéndole a sus subalternos y a sus clientelas: “voten por mí que yo estoy de acuerdo con la apertura que arruina al agro y la industria nacional” o “voten por mí que me tiene sin cuidado la crisis cafetera” o “voten por mí que estoy de acuerdo con las privatizaciones de las empresas de servicios públicos y las alzas en las tarifas” o “voten por mi que estoy a favor de la concentración de la riqueza y el aumento del desempleo y la pobreza” o “voten por mí que yo les subo los impuestos cada año” o “voten por mí que a mi me importa un pito la soberanía nacional” o “voten por mi que soy neoliberal y samperista”. ¡Ni locos que fueran! A veces, cuando al calor de la campaña les da por teorizar, sectarizan con trapos de colores para que las gentes embistan con los ojos cerrados y tan engañados como los toros de casta o hacen demagogia sobre los efectos de la crisis nacional, en tanto guardan calculado silencio sobre las causas de ésta, o hacen retórica moralista, muy a la última moda.
Casi toda la política en Colombia es el acto de prestidigitación mediante el cual se induce al elector a pensar que sus problemas no tienen responsables o que solo obedecen a las decisiones de unos presidentes que se desechan cada cuatro años, mientras el favor clientelista sí tiene benefactores a la mano a quienes agradecerles cumplidamente en todas las elecciones.
Coletilla: picante el programa de humor político que hace en la radio William Calderón. ¿Será por eso que casi carece de anunciantes?