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El “libre comercio” con la Unión Europea tampoco es bueno.

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Senador Jorge Enrique Robledo

Jorge Enrique Robledo, Senador Polo Democrático Alternativo, Lima, mayo 13 de 2008

Sea lo primero registrar mi complacencia por estar en el Perú, país que por tantas razones representa las enormes virtudes que desde siempre han caracterizado a los pueblos de América Latina y cuyas gentes han dado tantos ejemplos de valor y resistencia contra las políticas que impiden el progreso social.

La realización de este evento –”Enlazando alternativas 3″, paralelo a la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de América Latina y el Caribe (ALC) y la Unión Europea (UE)– es propicia para mencionar algunos de los rasgos principales que marcan las actuales relaciones internacionales y el papel que en ellas juegan las potencias europeas.

Contaba un astronauta que observó la tierra desde el espacio exterior, que desde allí, en medio de la inmensidad del universo, vio como un todo único al planeta azul, porque no se marcaba línea fronteriza alguna. Una hermosa manera de recordarnos que las diferencias nacionales algún día les darán paso a procesos de integración en los que nos hermanaremos con cada vez mayor profundidad, hasta constituir algún tipo de comunidad global de intereses y propósitos.

Sin embargo, también digamos que esa idea no es la que orienta la actual globalización. Porque a esta la signan el neoliberalismo y el “libre comercio”, políticas que dividen el mundo entre países globalizadores y globalizados y que nos obligan a no caer en la ingenuidad de pensar que esas concepciones tienen el mismo signo que las de las fuerzas democráticas sobre cómo relacionar a las naciones.

Lo que avanza en nombre de una falsa identidad de intereses entre los países no constituye un paso adelante en el progreso de la humanidad, sino todo lo contrario. A lo que asistimos es a procesos de recolonización imperialista, que bien pueden entenderse como el establecimiento de relaciones entre los países sometidos y las metrópolis, similares a las que los pueblos americanos padecimos con los imperios inglés, francés, español y portugués, de los que en buena hora nos independizamos, como coincidimos en señalarlo los demócratas europeos y americanos presentes en este encuentro.

Desde hace por lo menos un siglo, y en razón del aparecimiento de los monopolios y el capital financiero y la cada vez más irreductible resistencia de los pueblos agredidos, los imperios trocaron el colonialismo por el neocolonialismo, sistema de dominación que convierte en ficción las soberanías nacionales y que se ejerce a través de minorías criollas que separan sus suertes de la suerte de sus naciones, atándola a los intereses extranjeros, de manera que a esas cúpulas oligárquicas les va bien aun cuando a los pueblos que gobiernan les va mal, en medio de tiranías que llaman democracias. Que los imperialistas prefieran esta dominación disimulada no debe entenderse como que renuncien a la ocupación militar, según lo muestran la invasión a Irak y las bases militares estadounidenses en todos los confines.

En cuanto a la vida de los pueblos, no es cierto que la globalización neoliberal imponga condiciones de atraso productivo, pobreza y dominación política tolerables, a diferencia de las que impusieron los imperios coloniales, así ahora se apele a subterfugios como la supuesta inevitabilidad de esta relación desigual y repartir limosnas para hablar de lo mucho que nos quieren, astucias que nos recuerdan cómo fue que durante siglos nos permutaron el oro americano por los espejitos.

Entre las muchas cosas que podrían ponerse como ejemplo de lo retardatario del actual orden de cosas, hechos recientes le desnudan al neoliberalismo sus falsedades y su salvaje insensibilidad frente a los problemas de tantos. Me refiero al escandaloso incremento de los precios de los alimentos en el mundo, aumento que ha acrecentado los padecimientos de los pobres y las capas medias, ha provocado revueltas por hambre y podría conducir a auténticas hambrunas, situación que por donde se la mire tiene como responsable al “libre comercio” y a la pérdida de las seguridades o soberanías alimentarias nacionales. ¿En qué quedó la falacia de que era mejor destruir la producción agraria nacional para importar los alimentos, porque estos eran más baratos? ¿Qué pasó con la afirmación irresponsable de que nada interrumpiría los flujos globales de comida, cuando varios de los principales países productores acaban de limitar sus exportaciones? ¿No se confirmó que la seguridad alimentaria entendida como un asunto global puede generar hambrunas como de fábula y que esa posición tiene como único sustento el insaciable afán de lucro de unas minorías que están dispuestas a provocar cualquier horror con tal de ganarse otros dólares?

Pero lo peor de este campanazo de alerta que significan los alimentos a precios inalcanzables es la posición de los mandamases del mundo. Ahí salieron Bush y el presidente del Banco Mundial, no a reconocer que la globalización neoliberal debía modificarse aun cuando fuera en este aspecto, sino a pedir que se aumentaran las limosnas para quienes se hallan al borde de la inanición, no sea que se les subleven, y a exigir que siga el gran negocio de los especuladores financieros y las trasnacionales vinculadas al agro. ¿Hasta dónde llegarán con este modelo económico que algún día será considerado como una vergüenza de la historia de la humanidad? Hasta donde los deje llegar la resistencia de los pueblos de la tierra.

Que a escala global y en particular en América Latina el principal beneficiario del “libre comercio” sean las trasnacionales norteamericanas no ofrece dudas. Así lo reconoció Henry Kissinger cuando afirmó que “Lo que se denomina globalización es en realidad otro nombre para el papel dominante de Estados Unidos”. Pero ¿qué papel juegan en la desgracia de tantos las potencias europeas? ¿Desean una relación fraterna con América Latina, que considere nuestras necesidades de progreso económico y social, diferente a la que nos imponen desde Washington?

Desafortunadamente, debo decir que pienso que no. Que cuanto más vemos actuar a las trasnacionales europeas en América Latina más se nos parecen a las estadounidenses, con las cuales, y con el respaldo de sus gobiernos, montaron ese instrumento de la expoliación de los países débiles que se llama la Organización Mundial del Comercio (OMC). Y todo indica que los tratados de libre comercio entre la Unión Europea y la Comunidad Andina y América Latina son cortados con el mismo molde que los TLC que imponen desde la Casa Blanca, acuerdos que son peores que el de la OMC y que, no debe perderse de vista, tampoco les sirven a los pueblos de Europa y Estados Unidos.

Ante estas realidades, cada nación de la Comunidad Andina y de América Latina no puede hacer otra cosa que resistir, ojalá coordinando entre todas y con los demócratas de Europa y Estados Unidos, pues si nos doblegamos renunciaremos para siempre a resolver nuestros problemas seculares. Al mismo tiempo, en medio de la resistencia al “libre comercio” y a las imposiciones del Fondo Monetario Internacional, debemos insistir en la integración entre todas las naciones, sin excepción alguna, pero empezando por las vecinas y las latinoamericanas y, eso sí, para lograr intercambios de beneficio recíproco que se fundamenten en el respeto mutuo y en el más celoso respeto de las soberanías nacionales, y con el objetivo también de proteger y fortalecer los mercados internos de cada país, porque de su vigor depende el éxito en la lucha contra la pobreza.

Apreciados amigos latinoamericanos y europeos: en la misma medida en que crecen los daños del “libre comercio” se acrecientan nuestras verdades. No desfallezcamos en nuestros propósitos y tengamos la certeza de que la lucha de los pueblos respaldará nuestros puntos de vista, y que las relaciones globales terminarán por confirmar la visión democrática que desde el espacio nos ofrece la tierra.

Muchas gracias.