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EL DESTAPE DEL JUEGO

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Contra la Corriente

Manizales, 10 de enero de 1997.

En lo que va de apertura, los productos agropecuarios traídos del exterior pasaron de 700 mil a cinco millones de toneladas. En ese mismo lapso las importaciones de maíz subieron de 14 mil a 1.700.000 toneladas. Y cuando se le preguntó a la Directora del Departamento Nacional de Planeación que opinaba de las últimas cifras, con toda frescura respondió: “Colombia tiene que entender que no puede ser competitiva en producción de cereales” (El Tiempo, XI.1.97), dejando claro que la política consiste en sacrificar la seguridad alimentaria nacional, pues ésta depende, como se sabe, de la producción interna de cereales.

 

Pero lo más grave no es que una funcionaria del samperismo confiese en qué consiste el neoliberalismo en el campo. Lo peor es que un despropósito de ese calibre no hubiera generado las protestas que eran de esperar. Treinta días después de esas declaraciones, nada menos que en el congreso nacional de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), los candidatos presidenciales expresaron sus puntos de vista sobre lo que ocurre en el campo. ¿Y qué dijeron? Nada que valiera la pena. Nada que propusiera modificaciones de fondo. Los mismos lugares comunes que si mucho se compadecen del desastre y que en últimas quieren decir -aun cuando por supuesto no lo expresan de frente- que seguirán con las mismas políticas de Gaviria y Samper, no vaya a ser que arriesguen sus intereses personales si se atreven a ponerle el cascabel al gato.

 

En el colmo de su astucia, el neoliberalismo posa de sapiente refiriéndose solo a dos problemas del campo: tierras y violencia. A los pobres les endulza el oído hablándoles de reforma agraria y a éstos y a los empresarios los consuela poniéndolos a soñar con la paz. Pero del problema de la producción, ni pío, como si la razón de ser de la propiedad y de la tranquilidad fuera disfrutar del paisaje y no generar desarrollo y bienestar y como si sobre la dolorosa realidad rural no pesara el garrote aperturista.

 

Y que los sobrevivientes no se hagan ilusiones porque la apertura no ha concluido, como lo dejó claro Frechette. Es obvio que las transnacionales tienen en capilla al arroz, que ya ha sufrido bastante; y al azúcar le terminarán aplicando la misma medicina, con lo cual le llegará el crujir de dientes a la caña panelera. De las rentabilidades y de la propia sobrevivencia de la ganadería y de los cultivos tropicales se está encargando la superproducción que estimula la aplicación del neoliberalismo en Colombia y en el mundo, si es que no ocurre, como debe terminar sucediendo hasta en el café, que la modificación de un inciso acabe de abrir el mercado nacional a las importaciones más baratas de todas las procedencias.

 

Para hacer más detestables los hechos, la alta burocracia neoliberal no cierra el pico ni se queda quieta: a los empresarios los somete al escarnio público, sindicándolos de ineficientes, perezosos e ignorantes, al tiempo que les exige una competitividad inalcanzable por las propias medidas con que los tortura; y entre los campesinos, además de descalificarlos de plano, derrocha los pocos recursos públicos empujándolos hacia la insondable miseria de la economía natural de los cultivos de pancoger.