Jorge Enrique Robledo Castillo
Contra la Corriente
Manizales, 31 de marzo de 1997.
Lo que sigue ocurriendo con la economía nacional espanta. Durante 1996, la producción industrial, sin incluir la trilla de café, decreció el 3.5 por ciento y los cultivos transitorios disminuyeron en cuatro por ciento. Entre los meses de septiembre de 1995 y 1996, contando lo ocurrido sólo en las siete áreas metropolitanas, 336 mil personas engrosaron las filas del subempleo. Además, continúan disminuyendo las utilidades de las empresas que no están produciendo pérdidas y siguen bajando las remuneraciones de los trabajadores que no quedan cesantes. Al mismo tiempo, avanzan las privatizaciones de las porciones rentables del aparato estatal, favorecidas por la escalada de las tarifas de los servicios públicos. Y si los trabajadores del gobierno no sufrieron un brutal recorte de sus ingresos, ello se debió al más grande paro laboral de ese sector en muchos años.
No obstante, Samper, con la cara dura que lo ha caracterizado desde siempre, no tuvo empacho en acusar a la Corte Constitucional de neoliberal, porque le tumbó la emergencia económica. Como si los colombianos no se hubieran dado cuenta que su política económica es la misma que aplicó la administración Gaviria, en concordancia con las orientaciones de la banca internacional. Y como si ya no se supiera que hasta las políticas de demagogia asistencialista con las que se pretende suavizar algunas de las consecuencias del desastre que sufre el aparato productivo tienen origen en las recomendaciones foráneas.
Y en el manejo de las relaciones internacionales el gobierno intenta el viejo truco de posar de lo que no es. Myles Frechete, por tantas voces y plumas calificado como El Virrey, actúa como tal, en representación -como a él le gusta repetirlo- de su gobierno. De una manera que no tiene precedentes en Colombia, el embajador norteamericano opina, advierte y amenaza cuando quiere; exige cambios, echa “puyas” e introduce insidias; presiona a políticos, dirigentes gremiales y funcionarios; en fin, hace lo que se le antoja. Y Samper, el supuesto responsable de garantizar la soberanía nacional, cuando mucho responde suplicando o estimulando gracejos, en tanto afirma, ofendiendo la inteligencia de los colombianos, que “no actúa bajo presiones”, lo cual no le impidió firmar un tratado que le permite a la marina de guerra norteamericana abordar, en aguas colombianas, barcos que naveguen bajo la bandera nacional (!).
A tanto ha llegado la desfachatez samperista, que hasta aquellos colombianos que han asumido la repudiable actitud de colaborarle a Estados Unidos en su intromisión en los asuntos internos de Colombia se pueden dar el lujo de posar de patriotas y de descalificará al gobierno por su sumisión a los dictados imperiales.
Sin duda alguna, durante este gobierno no solo se está escribiendo una de las páginas más vergonzosas e indignantes de la historia de la república. También se están sentando las bases para que en el futuro la nación colombiana sufra más de lo que ha sufrido siempre, porque difícilmente puede ocurrir lo que está ocurriendo sin que ello tenga dolorosísimas consecuencias para el futuro de Colombia.