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EL ACIERTO DEL PRESIDENTE

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Jorge Enrique Robledo

Bogotá, 17 de mayo de 2006.

Una vez conocido el fenómeno político en el que se viene convirtiendo la candidatura presidencial de Carlos Gaviria, fenómeno que en buena medida se explica por sus concepciones y la coherencia y fondo de sus análisis, es bien probable que el Presidente Uribe, tan propenso al error como Fernando Londoño Hoyos, haya tenido un acierto. Me refiero, como podrá suponerse, a su conocida decisión de no asistir a ningún debate con los otros candidatos, pues así evitó que quedara en evidencia lo falso de la sabiduría que la plutocracia y la clase política uribista le atribuyen al que tan bien la recompensa por sus exageraciones.

 

Claro que acertó en su posición de no debatir pero si se piensa en las conveniencias de él y de quienes lo rodean, porque para el país habría sido mejor que les diera la cara a quienes no puede tratar como a los auditorios de bolsillo que le reúnen en los consejos comunitarios, o como a los periodistas que en la universidad sacaron cero en la clase de entrevistas o como a los valerosos y jóvenes estudiantes que lo desafían con las limitaciones de su inexperiencia y, por sobre todo, con la desventaja de que Uribe solo “dialoga” si se le garantiza el control del micrófono.

 

En especial, y por lo que se ha visto, Uribe le temió a un debate con Carlos Gaviria, porque es seguro que ante este habría pelado el cobre de su superficialidad y habría quedado en su justo peso, que es bien escaso, la retahíla de las pocas frases que repite vengan o no vengan al caso, pero que son útiles para apabullar, cual culebrero en plaza de mercado de pueblo, a quienes lo escuchan.

 

En un debate como ese al que le tuvo miedo Uribe habrían podido salir a relucir puntos interesantes como su actitud ante las denuncias por crímenes de todo tipo en el DAS, escándalo que en un país menos descompuesto que este habría tumbado o hecho tambalear al gobierno y que aquí Uribe despachó con algo tan grave como las propias acusaciones del antiguo partidario suyo que las destapó: agredir y hasta insinuar una amenaza a los periodistas que se atrevieron a cumplir con su oficio de informar.

 

Habría sido interesante una controversia en torno a la detestable práctica macartista de un Presidente capaz de decir “a mí me dijeron que no podía venir a la Universidad Javeriana porque aquí había un dominio total del comunismo disfrazado” (La Opinión, 8 de mayo de 2006), día en el que también afirmó que quien no estaba con él, estaba con la guerrilla.

 

También habría valido la pena un debate sobre la política internacional de Colombia, la cual incluye el apoyo a la invasión de Estados Unidos a Irak, una “integración económica” que lo primero que hace es desintegrar al país con los vecinos y un TLC con la Casa Blanca que le provocará daños inmensos a los colombianos y sobre el cual Uribe, el Presidente del referendo, no se atreve a citar una consulta popular para que la población decida al respecto.

 

Lástima no haber visto una discusión sobre la política económica y social del uribismo para saber qué habría dicho el Presidente-candidato sobre su responsabilidad pasada y presente en los bolsillos a reventar de cuatro o cinco gatos gordos, en la pobreza que acosa a treinta millones de compatriotas, en un desempleo que solo baja en las amañadas estadísticas oficiales, en la Ley 100 en salud, que mata más colombianos que todas las violencias que rechazamos, en las reformas laborales y pensionales que reducen los ingresos de los trabajadores, en el desastre de la educación que acaba de denunciar la Procuraduría y en las reformas tributarias, que siempre consisten en cobrarles menos impuestos a los monopolios y las transnacionales y más a las gentes del común.

 

Y cómo habría respondido Uribe a las verdades de las relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo, a la manera como se aprobó la reelección, a la “meritocracia” en el cuerpo diplomático y a la “política social”, como llaman ahora al clientelismo.