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DE LOS ACUERDOS COMERCIALES A LOS HIDROCARBUROS

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Jorge Enrique Robledo Castillo

Bogotá, 5 de diciembre de 2003.

Peor le hubiera ido al gobierno norteamericano en la reciente cumbre de Miami para impulsar el “libre comercio” en el continente, si no hubieran salido en su auxilio quienes sostienen que mientras a los gringos les vaya bien, a todos nos va bien. Porque en ese evento a Estados Unidos le tocó aceptar que el Alca será “light”, es decir, que excluirá algunos de los aspectos más amenazantes para los latinoamericanos –como propiedad intelectual, compras del Estado, inversiones y agricultura–, los cuales quedarán sujetos a decisiones posteriores en la Organización Mundial del Comercio. Brasil, entonces, y como un ejemplo de lo que ocurrió, no le permitió a Estados Unidos imponer su abusiva tesis de que los demás países tenían que eliminar sus aranceles a las importaciones agropecuarias, mientras este mantendría las multimillonarias ayudas internas a sus productores.

 

El gobierno de Colombia, en contraste, también suscribió que se redujeran los propósitos del Alca, pero anunció que además firmará un acuerdo con Estados Unidos en el que le aceptará lo que este no pudo lograr en Miami, lo cual significa que lo que no perdamos con un acuerdo lo perderemos con el otro.

 

Por los mismos días, el ministro de Comercio, Jorge Humberto Botero, hizo dos salidas en El Tiempo que confirman los peores vaticinios. El 1º de diciembre señaló que “es una insensatez que sigamos fabricando carros”, con lo que con toda frescura anunció quiebras y despidos masivos en ese sector y en la industria de autopartes que lo abastece, golpes que convirtió en demagogia al sugerirles a los autopartistas el imposible de dedicarse a exportar. Y el 23 de noviembre explicó que los nuevos privilegios que le otorgarán a la inversión foránea buscan “generar exportaciones principalmente a Estados Unidos, y generar cambios estructurales en la canasta exportadora”, confirmando que lo que no desaparezca aplastado por la competencia será tomado por los extranjeros.

 

En desarrollo de las mismas concepciones expuestas por Botero, el Presidente Uribe Vélez, en reciente reunión en Cartagena con los representantes de las compañías extranjeras vinculadas con los hidrocarburos en Colombia, anunció profundos cambios en la política del sector, todos en pos del marchitamiento de Ecopetrol.

 

En adelante, los contratos con las transnacionales ya no serán de asociación sino de concesión, auténtico regreso al pasado que les mejora aún más las gabelas a estas y que sacará definitivamente a Ecopetrol del negocio de explotar petróleo y gas, porque han sido las reversiones de los contratos de asociación el origen de sus principales activos, porque le han recortado sus ingresos y su capacidad de invertir hasta la insignificancia y porque, como también se anunció, los actuales contratos de asociación, que deben revertirle en los próximos años a la petrolera estatal, serán prorrogados a favor de los inversionistas extranjeros hasta el agotamiento de los pozos. De ahí que igualmente se estableciera que el gas y las instalaciones de Chuchupa en la Guajira, que deben revertirle a Ecopetrol el 31 de diciembre de 2004, seguirán en manos de la ChevronTexaco hasta su final.

 

Las enormes amenazas contra las refinerías de Ecopetrol se definieron desde antes, cuando se aprobó que sus poliductos e instalaciones de almacenamiento de combustibles quedaran a disposición de las transnacionales que decidan importarlos. Si esas importaciones aún no han puesto contra la pared a las refinerías nacionales es porque todavía no han logrado igualar los precios internos y externos de la gasolina y el ACPM. Pero que se esfuerzan en lograrlo lo muestran las alzas escandalosas que se padecen y el paro de los camioneros, quienes sufren una crisis tan grave que llevó al propio Ministro del Transporte a afirmar que su situación era, “hacia el futuro, insostenible” (El Tiempo, 7 de octubre de 2003).

 

Y no es que no puedan tenerse relaciones económicas con los extranjeros, sean estas de exportaciones o importaciones, y hasta de inversiones en el país. Lo que no puede aceptarse son los malos negocios, los que indefectiblemente ocurren cuando quienes representan a los colombianos asumen que no existen contradicciones mayores, incluso antagónicas, con los intereses foráneos, por lo que terminan sosteniendo que Colombia saldrá adelante si se limita a “disfrutar” de las sobras de las andanzas de las multinacionales.