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CULTURA, NEOLIBERALISMO Y TLC

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Jorge Enrique Robledo

Bogotá, 1 de diciembre de 2004.

Aumenta la oposición al TLC con Estados Unidos entre quienes se interesan por la cultura. Y ello sucede porque el llamado “libre comercio” amenaza las culturas de las naciones débiles, pues lo que pretende la globalización neoliberal no es generar una cultura universal a partir de muchos aportes nacionales o locales, sino convertir las expresiones culturales de los países globalizadores en las de la humanidad, incluso al costo de volver omnipresentes sus basuras. De varias maneras reduce el Tratado las posibilidades de los colombianos de protegerse y evolucionar en este aspecto.

 

Como el TLC achicaría más la capacidad nacional de generar riqueza y aumentaría la pobreza, se harían menos propicias las condiciones económicas para que las personas y organizaciones preserven y enriquezcan las diferentes manifestaciones culturales, incluidas las de las minorías. Y el entrabamiento productivo también le haría daño a la cultura por la vía de reducir los aportes oficiales imprescindibles para sostener y estimular no pocas de sus expresiones, pues, incluso si quienes gobiernan quisieran apoyarlas, estos tienen los límites de sus ingresos y sus gastos. Tanto por lo privado como por lo público, siempre ha existido, y existirá, una fuerte relación entre la calidad y expansión de la cultura y el desarrollo productivo de cualquier sociedad.

 

El apoyo oficial a la cultura también tiene que ver con si los gobernantes desean otorgarlo, porque puede suceder que estos no tengan la voluntad política, aun cuando posean los recursos. Y el neoliberalismo también es regresivo en este aspecto, en razón de que, según sus voceros, el Estado solo debe intervenir en serio cuando se trata de hacer demagogia “social” que les reditúe políticamente a sus dirigentes o de garantizarles las ganancias que puedan serles esquivas a monopolios y transnacionales, de donde se deduce la reducción hasta el ridículo de sus aportes a la cultura. “Es el mercado –gruñen sus ideólogos– el que debe generar cultura”, mientras silencian que el “libre comercio” por el que pugnan –que por su propia naturaleza de libre no tiene nada y destruye las formas económicas no monopolistas– aumenta la pobreza, luego reduce el mercado.

 

Si la cultura se limita a lo que pueda generar el mercado, es obvio que solo existirán las manifestaciones culturales que sean mercancías, por lo que conviene explicar este término. Una mercancía es cualquier cosa que al producirla puede generar ganancias, con independencia de su calidad y de si contribuye de manera positiva o negativa con la sociedad. Entonces, si la mercancía-cultura fuera basura, no importa; si destruyera a otras culturas, tampoco; y si embruteciera a sus víctimas, sería lo de menos. Porque lo único que tiene que garantizar para ser “cultura” es darle utilidades a alguien. Y como las expresiones culturales que requieren del respaldo del Estado para existir no son mercancías, pues son incapaces de dar ganancias, podrían desaparecer.

 

En un país en el que, gracias al TLC, los capitales y las mercancías estadounidenses se moverían con absoluta libertad y a la postre prácticamente todo lo controlarían, ¿qué tendería pasarle a la cultura nacional? Lo que le viene ocurriendo desde hace décadas y, en especial, en las últimas: debilitarse cada vez más, probablemente hasta desaparecer o volverse marginal, dada la competencia desigual de las transnacionales vendedoras de cultura.

 

La defensa de lo nacional y lo local no puede catalogarse como xenofobia, es decir, odio a lo extranjero. Por supuesto que no. Incluso, sería un disparate oponerse a que la evolución cultural de Colombia se nutriera también de lo mejor de los aportes de otras naciones. Lo que se reclama es el derecho de los colombianos a proteger y desarrollar su cultura, por la simple razón de ser la suya y para poder aportarle a la cultura universal, pues esta debe tener entre sus principales fundamentos el ser de alta calidad y de orígenes diversos.

 

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