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CONTRA LAS CIFRAS NADIE PUEDE

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En 1990, ¡hace treinta años!, embarcaron a Colombia en la irresponsable aventura de la apertura neoliberal –precursora de los TLC–, destructiva política definida por el Banco Mundial, según explicó el exministro de Hacienda Abdón Espinosa Valderrama. Y sobre la demagogia del “bienvenidos al futuro” quedaron otras constancias en contra o advertencias tan significativas como las de Eduardo Sarmiento Palacio, los también exministros Antonio Álvarez Restrepo y Edgar Gutiérrez Castro, Darío Múnera Arango –miembro de la junta directiva de la Andi– y las cuatro centrales de trabajadores, que el 7 de agosto de 1990 pagaron un aviso en la prensa rechazando lo que venía.

Para 2019, antes del coronavirus, las cifras habían demostrado el fracaso del “libre” comercio como política para sacar del subdesarrollo a la economía de mercado colombiana. Los desempleados e informales sumaban el 58 por ciento de la fuerza laboral, además de los cinco millones que tuvieron que irse del país a buscar empleo. Los colombianos en pobreza monetaria, sin contar a los que ocultan tras el rótulo de “vulnerables”, llegaban al 27 por ciento, es decir, a 13,5 millones y Colombia era uno de los países con peor desigualdad social del mundo. Y se sabe que ningún país puede prosperar en serio con esas cifras porque es el trabajo –el simple y en especial el complejo–, el que crea la riqueza y además la capacidad de compra que permite que los negocios tengan a quien venderle.

Entre 1961 y la apertura, la economía nacional creció al 4,7 por ciento anual y desde 1990 cayó al 3,5, cuando superar el subdesarrollo exige crecer a tasas mayores. Y el agro y la industria crecieron apenas el 2,1 y el 3,0, respectivamente, mientras que antes del noventa lo hacían al 3,6 y el 4,5. Además, su participación en el PIB cayó del 27 al 7 por ciento en el agro y del 19 al 11 en la industria, víctimas de la decisión de desagrarizar y desindustrializar el país, según confirma el hecho de que la balanza comercial –que mide importaciones y exportaciones– fue negativa para Colombia en 15.138 millones de dólares entre 1993 y 1998 –el año anterior a la brutal caída de la economía de 1999– y volvió a ser negativa en 56.665 millones de dólares entre 2014 y 2019, una vez terminó la bonanza petrolera.

Con el TLC (May.15.12), la balanza comercial con Estados Unidos, que era positiva para Colombia, pasó a sumar 12.515 millones de dólares en contra entre 2014 y 2019. Y la negativa con la Unión Europea, ampliada por el TLC, sumó 9.738 millones entre 2015 y el año pasado. El tratado con México (1995) –país portaviones de las trasnacionales norteamericanas exportadoras–, clama al cielo. Porque las importaciones –casi todas industriales– han superado a nuestras exportaciones todos los años y en 46.187 millones de dólares. Además, desde 1990, los bienes agrícolas importados sumaron 178 millones de toneladas con un costo de 49.580 millones de dólares, al tiempo que las industriales nos han costado 696.333 millones. ¿Cuánto habríamos ganado si una parte sustancial de esas compras se hubieran producido en el país, como habría sido posible? Y el 68 por ciento de lo que exporta Colombia son los mismos bienes básicos –café, banano, petróleo, carbón y flores– que se despachaban antes de 1990, y que no necesitaban del “libre” comercio para seguirse vendiendo.

Para mantener vivo el desastre y taparlo, apelaron a la plata extranjera y a feriar el patrimonio público acumulado en un siglo de esfuerzos de los colombianos. Las privatizaciones van en 46 billones de pesos desde 1996. La deuda externa pública y privada, también usada para conseguir los dólares necesarios para pagar las importaciones exageradas y los mismos créditos, llegó a 138 mil millones de dólares en 2019 (42,7 por ciento del PIB), cuando en 1995 fue de 26.341 millones (24,2 por ciento del PIB). Y desde 1991, las utilidades de la inversión extranjera directa, que por norma viene a comprar lo que ya existe, ascienden a 165.135 millones de dólares, plata que suelen sacar del país aunque se mantenga oculto.

Esta debacle además ocurrió en medio de condiciones externas muy positivas para Colombia: tasas de interés excepcionalmente bajas y una gran bonanza petrolera, que llevó sus exportaciones, entre 2005 y 2014, a 142.482 millones de dólares, suma que en mucho se malbarató en clientelismo y corrupción y sirvió para abaratar el dólar y facilitar las importaciones contra la industria y el agro, también arruinados o empobrecidos por un contrabando que vale 5.000 millones de dólares y que alcahuetea el Estado.

Ante estas cifras, somos cada vez más los colombianos –sectores populares y clases medias urbanas y rurales, empresarios, académicos y políticos– que estamos proponiendo renegociar los tratados de libre comercio, porque son un pésimo negocio para Colombia.

Bogotá, 29 de agosto de 2020.