Por Jorge Enrique Robledo /@JERobledo
Video: https://youtu.be/nh6s-7JUa5g
Casi todo lo principal que nos distingue a los seres humanos de nuestros parientes más cercanos en la naturaleza es socialmente aprendido, es decir, parte del conocimiento acumulado para poder comprender dicha naturaleza y construir relaciones humanas que respondan mejor a los momentos históricos. De ahí que en público nadie cuestione la importancia de la educación y la ciencia en el progreso, pero sí es común que los mandamases oculten que su avance depende de las condiciones económicas, sociales y políticas nacionales que lo estimulan o anquilosan, de donde provienen las grandes diferencias entre los países.
Aunque no estuvo en el programa de campaña de Duque, el Congreso aprobó fácilmente la creación del Ministerio de Ciencia, decisión que ilusionó a más de uno. El Polo votó sí a la ley, pero con constancia. Porque los del Centro Democrático, que creen más en los votos que da el proyecto que en la ciencia, condicionaron su aprobación a que el Ministerio apenas fuera Colciencias con otro nombre y con el mismo escasísimo presupuesto. Y porque en Colombia la ciencia no puede desarrollarse en serio mientras el modelo económico imponga –como ocurre en especial desde 1990– un aparato productivo especializado en negocios de baja complejidad tecnológica y con herramientas importadas.
El Premio Nobel de Física, Serge Haroche, de la Comisión de Sabios nombrada, advirtió que para desarrollar “buena ciencia hay que tener un buen sistema educativo que no deje a nadie por fuera” y que, además, hay que “poder mantener a los científicos y a los intelectuales dentro del país”. “Elemental, mi querido Watson”. Pero ninguna de las dos condiciones se cumple. Porque los colombianos con mayores conocimientos tienden a residenciarse en el exterior, expulsados por un país incapaz de emplearlos en lo que saben y quieren hacer. Y porque, con excepciones, las instituciones educativas están lejos del buen nivel que se requiere. Las públicas en razón de que el Estado no las financia con las sumas suficientes y las privadas porque solo pueden ser de mejor nivel las muy escasas y más caras que solo unos pocos alcanzan a pagar. Para una economía atrasada y mediocre, educación y ciencia mediocres, han impuesto los mismos con las mismas.
De otro lado, un senador del partido de Duque lanzó un lema que movieron bastante en las redes: #FecodeNoEducaAdoctrina. El Centro Democrático explicó el “adoctrina” con un video en el que dicen que “el adoctrinamiento político es el primer paso para cualquier dictadura. Lo hizo Stalin, lo hizo Hitler y lo hicieron Chávez y Maduro. Aquí lo hace Fecode” (http://bit.ly/2Haw2GO). Y remató otro congresista de ese sector con un proyecto de ley sustentado en esas falacias y diseñado para atemorizar al magisterio y lesionar la libertad de cátedra, base insustituible del avance de las ciencias sociales y naturales.
Y estas barbaridades no provocaron el debate que habrían generado en un país menos manipulado que este. Porque los profesores de la educación pública entran por concurso y no por recomendaciones políticas y Fecode defiende la libertad de cátedra y no determina lo que cada educador enseña en su aula. Porque en todo lo positivo que tiene la educación colombiana y en detener mucho de lo negativo que han intentado imponerle ha sido clave la lucha y el duro y mal pago trabajo de maestras y maestros. Y porque no pueden proclamarse demócratas y a la vez agredir con tal saña al magisterio y a su organización gremial, cuyo crimen ha sido defender con dignidad una mejor educación para Colombia. ¿Se imaginan hasta dónde habría llegado la famosa tacañería oficial con la educación pública sin las luchas democráticas del profesorado y el estudiantado?
Tamaña agresividad de la cúpula duquista responde a que los educadores reclaman que en el Plan de Desarrollo se apruebe reformar el Sistema General de Participaciones para que haya recursos que impidan que los colegios se caigan en pedazos, mejorarles los sueldos y nombrar en propiedad a los 50 mil tercerizados, que nadie en el magisterio sufra y se muera por culpa del sistema de salud y que los hijos de los pobres puedan cursar, como los otros, tres años de preescolar. Un verdadero crimen. ¿O no?
Bogotá, 1 de marzo de 2019.