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Cero tolerancia con la corrupción

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Jorge Enrique Robledo
Jorge Enrique Robledo

Con el título de este artículo denominamos una audiencia en la Cámara de Representantes en la que, entre otros, compartí con los dirigentes de Dignidad y Compromiso Sergio Fajardo y Jennifer Pedraza.

Me apoyé en los análisis que aparecerán en mi libro “Sin pelos en la lengua, mi vida y mis luchas”, en el que trato diferentes temas, entre ellos el de la corrupción en Colombia que tanto denuncié en el Senado.

Según Transparencia Internacional (2023), Colombia tiene “serios problemas de corrupción”, valoración que explico señalando que no es de “manzanas podridas”, como la que hay en todas partes, sino sistémica, con un sistema de organizaciones de particulares y políticos corruptos creadas para tomarse el Estado y saquearlo. Y cité opiniones de personas que conocen el Estado por dentro.

Para Fernando Cepeda, en Colombia “no hay corrupción”, lo que hay es “crimen organizado” para apropiarse de recursos del Estado y de las empresas.

Rudolf Hommes explicó: “El clientelismo ha sido una decisión consciente de las élites (que) puede verse como una forma deliberada de extraer recursos para la élite y sus colaboradores (…) El problema no es la corrupción, es el sistema político que la ha engendrado y la hace perdurar”. Al Registrador Carlos Ariel Sánchez le preguntaron: “¿Por qué existe la sensación de que las elecciones se las roban?”. Y contestó: “Pues porque se las roban, así de claro y sencillo”.

Un cáncer que también promueven extranjeros. Ahí están los casos de la United Fruit Company, Odebrecht y los compradores de cocaína. En 1990, el presidente de le SAC explicó que la corrupción pública era “apenas un pálido reflejo de la del sector privado y transnacional”. Y cité a un banquero norteamericano que señala que los corruptos no es que tengan mala moral, sino que son amorales –sin moral– y que “los poco escrupulosos aparecen en la cumbre”.

También en 1990, Alfonso López Michelsen explicó que en los sectores público y privado “aparecieron prácticas vitandas hasta la víspera, como el soborno, el tráfico de influencias, la divulgación de informaciones confidenciales, la farsa de las licitaciones y otras figuras semejantes”, con la que “se abusa de la ignorancia y credibilidad de la gente”.

Y expliqué que la corrupción evolucionó de “hecha la ley, hecha la trampa” a introducir la trampa en la ley, para facilitarles las cosas a los pillos, por lo que la corrupción ya no se define por la ilegalidad sino como “el abuso del poder en beneficio privado”.

Esta era la Colombia que Gustavo Petro heredó y prometió cambiar, promesa que ni intentó cumplir. Porque decidió ganar a cualquier precio, rodeándose de no pocos indeseables, con los que también está gobernando. Además, de candidato, Petro no hizo ninguna propuesta normativa para enfrentar el sistema de corrupción. Y de Presidente ha hecho todavía menos: cero reformas legales contra los corruptos y dedicación personal a tomarse la jefatura de los organismos de control, para protegerse a sí mismo y a sus conmilitones.

Y en cada escándalo de corrupción de uno de los suyos, con falacias y autoritarismo, ruidosa defensa cerrada. Porque, según Petro, él y sus subalternos son perfectos, luego nadie puede cuestionarlos. Actitud peor que la de los mismos con las mismas, como los llamara Gaitán.

Bogotá, 13 de septiembre de 2024.