Jorge Enrique Robledo
Bogotá, 19 de agosto de 2011.
Según se ha visto tras doce meses en la Presidencia, no sería sorprendente que la favorabilidad de Juan Manuel Santos en las encuestas llegara al 120 por ciento. Porque tanta dedicación a maquillarse, por su cuenta y la de quienes le manejan la imagen, podría terminar por trastornar la estadística. ¿Qué le premian? ¿La forma o la sustancia? ¿El conjunto de sus actos o unos cuantos escogidos por él? ¿El respaldo espontáneo o el de la clientela? ¿La actuación o las realizaciones? A mi juicio, como histrión no lo hace mal, pero como realizador sí, por lo menos si se trata de juzgarlo sobre cómo les va al país y a las gentes del común y no a las trasnacionales y los monopolios criollos, a los que siempre les va bien, incluso en los peores momentos de la vida de la nación.
Es cierto que Santos heredó de Uribe unas condiciones económicas y sociales indeseables, las mismas que él ayudó a crear como ministro de Gaviria, Pastrana y Uribe. Pero también es verdad que no ha mostrado arrepentimiento por su trayectoria y que en su primer año como Presidente no ha hecho nada para modificar las causas de la situación inicua que padece Colombia. Por el contrario. Ha llevado hasta el fin las políticas neoliberales, mientras, coherente con la importancia que le otorga a impostar, actúa dentro de un libreto escrito para dar otra impresión.
En la pantomima montada por la Casa de Nariño para embellecer al Presidente juega su papel, engrasándolo, el aparato clientelista que aúpan los partidos de la amplia manguala política que presentan como de “unidad nacional”, cuando no gobiernan para el progreso de la nación. Y bastante aportan en la confusión los comentaristas de las fuerzas políticas santistas –que son todas, menos el Polo, a mucho honor–, en especial los liberales y algún polista arrepentido, que usan el traje de doble faz que les permite simular ser ajenos al régimen imperante, pero no porque critican a Santos sino a Uribe, aunque este ya no mande ni tenga con el gobierno diferencias sobre alguna política fundamental.
El caso de la salud retrata bien el histrión que inspira a Santos. Aunque este drama viene de atrás, la ley que el santismo aprobó en el Congreso, de la mano de las EPS, lo empeoró. Pero cuando no pudieron parar el enésimo escándalo en torno a la salud, la víspera del debate en el Senado, Santos decidió actuar, en el sentido literal del término. Primero, se presentó en la televisión –la pantalla por excelencia– diciendo que arreglaría el problema, y lo hizo con una forma que en un país menos embotado que este hubiera suscitado algún comentario: Fiscalía, Contraloría y Procuraduría aparecieron como subalternas del jefe del Estado. Y hace unos días, en otro melodrama televisado, Santos posó como el gran deshacedor de los entuertos de la salud, acompañado de algunos dirigentes médicos que usó para darle credibilidad a unos cambios que presentó como de fondo cuando no lo son. Porque el Presidente, como se alertó en el debate que podía suceder, se está aprovechando de la crisis para agravar el problema, al darles más poder a las a EPS y concentrar entre menos y más poderosos el negocio de la intermediación y el aseguramiento que maltrata a los pacientes y a las empresas, públicas y privadas, prestadoras de servicios de salud.
De otra parte, tienen que avergonzar a los colombianos las condiciones laborales en los campos petroleros de Pacific Rubiales. Los trabajadores hablan de campos de concentración, porque en ellos de forma sistemática se viola el Código del Trabajo y el gobierno no hace que se cumpla la ley ni ejerce la soberanía. Y cuando los obreros protestan, obligados porque nadie escucha sus reclamos, ahí sí aparece el Estado con toda su fuerza. La prepotencia de la trasnacional canadiense llega a tanto, que bloqueó una carretera pública con camionetas, piedras y huecos para que no pudieran transitar los líderes sindicales, a quienes además trata en los peores términos: en el debate en el Senado tuve que decir que esa actitud me recordaba que el general Cortes Vargas había definido como “cuadrilla de malhechores” a los trabajadores del banano que en 1928 empujó a la huelga la United Fruit Company. Hasta ahora, no hay ninguna solución al problema laboral. Pero sí se envió un mensaje que deja muy mal a Santos: puso un batallón del ejército dentro de Campo Rubiales, cuyos soldados, informó el coronel encargado, se transportarán en los carros y con la gasolina que les dará Pacific. Y con toda frescura dicen que los gobiernos de Colombia, Estados Unidos y Canadá –por los TLC– quieren mejores derechos laborales en el país (video debate: http://t.co/juFzaTQ).
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