Jorge Enrique Robledo, Bogotá, 13 de noviembre de 2008
Tiene su importancia que un “negro” haya ganado las elecciones en Estados Unidos, pues ello constituye una derrota de los prejuicios racistas y las concepciones retardatarias que desde siempre han sostenido que las cosas no pueden ocurrir por primera vez. Se siente un fresco por el fracaso del pupilo de George W. Bush, el Presidente más desacreditado de la historia norteamericana, repudio que en buena medida se ganó por el desastre económico global, la cárcel de Guantánamo, el respaldo a la tortura e inventarse las ‘pruebas’ que justificaron la invasión a Irak (1.2 millones de muertos). Es positivo que si se suman lo que Álvaro Uribe no ha podido explicar y los pleitos electorales entre demócratas y republicanos quedara congelado el TLC, porque su ratificación le provocaría enormes pérdidas a Colombia.
Pero tomar el color de la piel de Barak Obama como la prueba de que hará un gobierno auténticamente democrático es una ingenuidad, actitud que paradójicamente puede relacionarse, por lo inversa, con la de quienes detestan a los “no blancos”. Bastan los actos de los altos funcionarios del gobierno de Bush con ancestros africanos para demostrar que las ideologías retardatarias pueden anidar en cualquier persona, con independencia de sus apariencias.
Luego es pertinente preguntarse: ¿qué tan profundos serán los cambios que impulsará el nuevo gobierno estadounidense, en especial en su política exterior, que tanto debe interesarnos?
Tener una idea cercana a lo que sucederá exige empezar por reconocer que Estados Unidos es el mayor imperio de la historia de la humanidad, del que sus dirigentes han dicho hasta el cansancio que no tiene amigos sino intereses, los propios de su naturaleza. Y se sabe que la defensa de dichos intereses, convertidos en medidas imperialistas capaces de sacrificar naciones enteras, no son políticas de gobierno sino de Estado y tienen origen bipartidista, es decir, demócrata y republicano. De ahí que las diferencias entre Obama y McCain no fueran sustantivas en un tema tan crucial como el de las intervenciones militares. Para el primero, la invasión a Afganistán es la “buena guerra” (good war), mientras que para el segundo la “guerra correcta”’ es la de Irak (right war). Y ninguno de los dos ha expresado ni el menor rechazo a la nueva concepción del ejército estadounidense llamada de la “guerra perpetua”, la cual se refiere a lo que sucederá por los conflictos que esperan sus estrategas deben presentársele a Estados Unidos en los próximos años (Tokatlian, Cambio, Nov.12.08).
Aunque en Colombia pueda haber dudas al respecto, lo cierto es que los candidatos tampoco expresaron diferencias de fondo sobre la globalización del “libre comercio”. Si algo dejaron claro Obama y los demócratas fue que la contradicción con Bush y los republicanos sobre el TLC para Colombia tenía como causa principal, no lo económico, sino los derechos humanos y los asesinatos de sindicalistas. Aclara saber que un TLC idéntico al que le han negado a Uribe le otorgaron a Perú.
En medio de tantos comentarios sobre el triunfo de Obama, es probable que Thomas L. Friedman haya escrito una página de antología que relaciona al nuevo Presidente de Estados Unidos, el imperialismo y la “obamanía”:
“A todos esos europeos, canadienses, japoneses, rusos, iraníes, chinos, hindúes, africanos y latinoamericanos que felicitan por e-mail a sus amigos norteamericanos porque con la elección de Obama ‘Estados Unidos ha regresado’, yo tengo una sola cosa que decirles: ‘¡Muéstrenme el dinero!’. No me muestren sólo su cariño (…) Demuéstrenme (…) Que están dispuestos a ser socios y accionistas en las difíciles y costosas iniciativas que el gobierno de Obama deberá poner en marcha (…) Muestren su generosidad. Muéstrenla con tropas, con esfuerzos diplomáticos. Muestren que están dispuestos a ser nuestros socios económicos” (The New York Times, Nov.10.08)
Cómo calzan estas ideas con las del Director del FMI, quien considera indeseable que la crisis mundial lleve a “una amplia moratoria de la deuda, controles bancarios y proteccionismos” (El Espectador, Nov.03.08).