Jorge Enrique Robledo Castillo
Contra la Corriente
Manizales, julio 3 de 1995.
Al país lo tienen hasta la coronilla con un sólo tema: “que cogieron a Gilberto”, “que casi capturan a Miguel”, “que Frechette advirtió”, “que cómo les pareció la vestimenta del Alacrán”, “que Phanor no era Phanor”, “que el servicio de inteligencia del Das no lo era tanto”, etc., etc., etc. Y todo contado y comentado con esa especie de furor medio obsesivo que hizo famosos en el mundo al Campeón Rueda C. y a sus continuadores en la radio y la televisión. Cuando cayó Pablo Escobar, hubo un alivio. Pero no, ahí quedaba el cartel de Cali. Una vez éste empezó a desmoronarse, advirtieron que faltaban tantos carteles que no sería de extrañar que apareciera el de Zunape, la última población de Colombia en orden alfabético, y que, además, “se estaba reorganizando el de Medellín”, como si viviéramos una pesadilla parecida al Cuento del Gallo Capón. Para rematar, el Cura Hoyos, en medio de una escandola típica de la época y con la interesada y locuaz irresponsabilidad que lo caracteriza, sentenció que toda la dirigencia del país, menos él, recibe plata de ellos. Razón tienen los que afirman que cuando Estados Unidos se preocupa por una gripa, por doquier se diagnostican neumonías.
Y no es que el tráfico de drogas no sea un delito grave que Colombia tiene el deber de sancionar. El interrogante consiste en si ese tema debe acaparar toda la atención, cuando el modelo económico hace agua y la economía, el fundamento de todas las relaciones sociales, corre el riesgo de desquiciarse.
Ahí está la agricultura agonizando y los concordatos del escaso sector fabril nacional contándose por docenas, para no hablar de las humildes bancarrotas de centenares de pequeñas y medianas empresas que desaparecen sin una mención y sin poder darse el lujo de un proceso concordatario. Tan mal aparecen las cosas por la invasión de las mercancías foráneas, que hasta Hommes alertó sobre el riesgo de que la balanza comercial colombiana alcance el mismo déficit relativo que tenía la de Méjico cuando estalló la economía de ese país.
Las gravísimas consecuencias del rumbo económico las ilustra bien la crisis de los cafeteros, las primeras víctimas del modelo neoliberal, y no sólo porque fue esa concepción la que rompió el Pacto del Café. También los ha golpeado en más de mil millones de dólares la revaluación de la moneda, fenómeno que le está eliminando cualquier viabilidad al principal sostén de económico de 600 municipios de Colombia (!). Además, la apertura cambiaria genera despropósitos tan notables como dejar en el exterior 250 millones de dólares del Fondo Nacional del Café, ganando intereses bajos, mientras éste debe atender costosos pasivos en el país y sus propietarios languidecen entre los bajos precios y las deudas bancarias y extrabancarias. ¿Y no decir nada por el avasallamiento de los especuladores sobre los productores que rige en los mercados mundiales, como tan dolorosamente también lo ilustra el caso del café?
Por ello, y porque se supone que la apertura no se origina en un fenómeno sobrenatural, hay que seguir insistiendo en que se corrija el rumbo y en que se reabra el debate sobre ella, aprovechando que ya existe a favor, para aclarar el asunto, suficiente experiencia nacional e internacional. Por esa razón, me permito una cuña de interés general que espero cuente con la benevolencia del Director del periódico: hace tres años se editó “Neoliberalismo y subdesarrollo”, probablemente el único texto publicado en Colombia contra el modelo aperturista, del cual somos autores Jorge Child, Libardo Botero, Carlos Naranjo, Eduardo Sarmiento y Jorge Enrique Robledo. Pero lo especial de esa edición no es que se haya hecho. Su mérito consiste en que las advertencias consignadas allí han resistido la prueba del tiempo, hasta el punto de que está en proceso la cuarta impresión, un éxito notable, tratándose de un libro de economía.