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APERTURA VS INDUSTRIA NACIONAL (3)

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Naciones contra empresas*

*Manizales, abril 15 de 1990.

“Entonces yo llego a la tesis de que la competencia internacional no es entre industrias ni entre empresas, sino entre naciones, naciones completas, ni siquiera entre economías sino entre naciones” (Darío Múnera Arango, presidente de Coltabaco).

 

Algún día, las relaciones de intercambio entre los pueblos de la tierra se harán “en pie de igualdad y para el beneficio recíproco”, tal y como hasta ahora apenas se ha logrado en las declaraciones diplomáticas. Y también algún día se desvanecerán las diferencias nacionales, por lo menos en lo que a sus contradicciones económicas respecta. Pero mientras ello no ocurra, cada nación puede tener intereses diferentes e incluso contrapuestos a los de otros países cercanos o lejanos. Las fronteras, los ejércitos, las leyes, las aduanas y hasta las simples visas que controlan al viajero se encargan de recordarnos que todavía estamos lejos de convertirnos en una auténtica comunidad a escala planetaria, aunque ya se vislumbren pasos en esa dirección. Olvidar las diferencias y antagonismos existentes significa desconocer el abecé de la realidad económica actual y ponerse en la incómoda posición del “camarón que se duerme…”.

 

Ninguna de las naciones colocadas a la vanguardia del progreso técnico ha llegado a ese nivel sin antes asegurar un territorio sobre el cual ejercer la soberanía política y, simultáneamente, garantizar el control económico de su mercado interno, incluso a costa de recurrir, llegado el caso, a sus ejércitos para asegurar el respeto de sus fronteras. Y solo han logrado modernizarse aquellos países en los cuales el proceso de industrialización ha contado con el respaldo de toda una nación, organizada como Estado. Los monopolios internacionales más exitosos han sido llevados de la mano por los gobiernos de sus países, tanto que, en no pocos casos se han supeditado los intereses nacionales a los de una empresa particular, como lo recuerda aquella frase muchas veces repetida durante la Segunda Guerra Mundial: “Lo que es bueno para la General Motors es bueno para Estados Unidos”.

 

Todo, absolutamente todo, en las potencias está diseñado para que sus empresas prosperen. Subsidios, aranceles, prohibiciones, tasas de interés, devaluación, infraestructura, inflación, diplomacia, educación, fuerzas armadas, etc., etc., apuntan a garantizar el éxito de los negocios de sus naciones.

 

El grado de apertura del comercio exterior de las metrópolis se supedita, única y exclusivamente, a los intereses de sus coterráneos. Sus legislaciones al respecto no permiten que, en términos generales, se vulnere el interés patrio que, en este caso, se asimila con el empresarial. La soberanía política les sirve para asegurar el control económico de su mercado interno, y para salir con todo el vigor a apoderarse de los mercados de las naciones que se lo permitan. Con esta lógica, se protegen en aquellos sectores en los que padecen de alguna debilidad, y “recomiendan” la apertura de los mercados de las demás naciones en aquellos renglones en los que son competitivas. Para eso deciden sobre sus propias legislaciones, y deciden –o lo intentan– sobre las legislaciones de los otros países.

 

La realidad es que las empresas colombianas sí compiten contra poderosas naciones. Y si en el país no se pone también a la nación como respaldo de la actividad empresarial, poco o nada podrá hacerse frente a la competencia internacional. En las actuales condiciones, aceptar la apertura que exige la banca internacional significa renunciar a una serie de prerrogativas económicas que se derivan, única y exclusivamente, del pleno ejercicio de nuestra soberanía política, es decir, significa olvidar que los Estados nacionales fueron precisamente creados para propiciar y proteger el desarrollo económico.