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APERTURA VS INDUSTRIA NACIONAL (2)

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“Los malos del paseo” *

*Manizales, abril 1 de 1990.

Los funcionarios oficiales encargados de ejecutar la apertura económica suelen argumentar, al socaire, como quien no quiere la cosa, que la única alternativa para la modernización de la industria nacional consiste en azotarla con la competencia externa, dado que el proteccionismo aplicado hasta ahora, como política para el desarrollo industrial, ha sido mal utilizado por los empresarios; que estos han abusado de la protección para hacer enormes utilidades; y que el resguardo del mercado interno genera un empresariado poco emprendedor, que se lucra con el estancamiento o con el lentísimo progreso de sus factorías. Los industriales aparecen como “los malos del paseo”.

 

Así, presentan la apertura como una política que no solo permitirá disminuir el costo de la vida, sino que, de paso, les propinará un justo castigo de los responsables del atraso nacional, de los bajos salarios, del desempleo y de las demás lacras que afectan a las mayorías laboriosas. Y esta lógica amañada no debe extrañar en un país en el que no pocos jefes políticos, ministros y presidentes, de vez en cuando, se dan aires de demócratas clavándole su puya, o dándole un auténtico mandoble, a los “ricos del país”, de lo cual sindican a los empresarios del campo y la ciudad.

 

Pero ¿pueden demostrar los acuciosos defensores de la políticas de las agencias internacionales de crédito que la responsabilidad del atraso industrial reside en los empresarios? ¿Son capaces de probar que la industria nacional ha contado con la debida protección? ¿Es Colombia un “paraíso” de los industriales? Y todavía más: ¿son las “clases dominantes” colombianas los productores urbanos y rurales? Aquí sí hay tela de donde cortar, aun cuando cortarla pueda colocar al analista en la picota de una demagogia evidentemente interesada. Veamos:

 

Desde hace muchos años que las barreras arancelarias colocadas para proteger la industria nacional se convirtieron en letra muerta. Ha llegado a tal punto la inundación del contrabando, bajo la mirada complaciente de las autoridades, que en este inmenso sanandresito en el que terminó convertida Colombia se consiguen ¡hasta cigarrillos Pielroja de contrabando! Y si, por el azar, al país ingresan unos dólares de más, no se favorece a la industria, mejor se reducen los impuestos a las mercaderías extranjeras, como ocurrió con la bonanza cafetera de los setentas.

 

Nunca ha existido una auténtica concertación, y de largo plazo, entre empresarios y autoridades estatales. Cada administración decide a su antojo, y en sus cuatro años, lo que debe hacerse con un sector que, por razones obvias, requiere planearse en lapsos prolongados y al que afectan mucho las genialidades del funcionario de turno.

 

No ha habido suficientes líneas de crédito de fomento, con plazos largos y denominadas en pesos, y van varios lustros con tasas de interés del orden del 50 por ciento. Los impuestos para la importación de maquinarias y equipos superan el 40 por ciento de su valor FOB. Y los dólares para importar bienes de capital y materias primas se encarecen a más del 30 por ciento anual.

 

No existen ferrocarriles, los puertos dejan muchísimo que desear y las tarifas de energía eléctrica son de las más altas del mundo. ¡El progreso de la ciencia y la tecnología nunca ha sido prioridad en las políticas del Estado para el sistema educativo!

 

Y para cerrar con broche de oro, el boleteo, la extorsión y el secuestro terminaron convertidos en otro “costo de producción” de la industria nacional.

 

Entonces, se necesita cara dura para decirle a la nación que no debe resguardarse el mercado interno de las mercancías foráneas, porque los industriales abusan de la protección brindada, y que solo queda la receta de la banca internacional como alternativa para el desarrollo del país.