Es la tercera vez que cito en esta columna una información que se publicó en 2008 y sobre la cual poco se opinó. En mi caso la mencioné para alertar que la apertura de César Gaviria, que continuaron los siguientes gobiernos, más los TLC, amenazaban la seguridad y la soberanía alimentaria de Colombia, como en efecto ha ocurrido, amenazas tan ciertas y tan graves que, “Promovido por la ONU y la FAO, el Fondo Mundial de Diversidad de Cultivos, once importantes instituciones agrícolas y setenta países decidieron construir en Noruega unos silos subterráneos y blindados para depositar en ellos tres millones de semillas de diversas especies, con el propósito de precaver a la humanidad en caso de guerra nuclear, impacto de asteroides, atentado terrorista masivo, pandemia, catástrofes naturales o cambio climático acelerado”.
Sobre las posibilidades de que ocurrieran catástrofes como las mencionados por la ONU y la FAO, el coronavirus y la invasión de Rusia a Ucrania, en apenas 20 años, demostraron que sus temores no eran infundados y que llegarán otros problemas que incluso pueden ser más graves.
Se calcula en 800 millones las personas que literalmente aguantan hambre en el mundo. Y en Colombia, una de cada cuatro familias apenas come dos veces al día, otra manera de medir el número de hambreados, dramas humanos que ocurren todos los días, que deben avergonzar a la humanidad y de los que poco se habla. El hambre la volvieron parte del paisaje los que tienen el poder suficiente para resaltarla y promover que esta calamidad se trate en serio. Y todavía menos se mencionan sus causas, globales y nacionales, y cómo modificarlas. Fue notorio que en las pasadas elecciones el tema se pasó de agache, para peor, en un país que tiene tierras, aguas y gentes de sobra para que nadie se acueste a dormir con dolor en el estómago, no porque comió mucho, sino porque no comió nada.
Y tampoco se menciona en serio –y mucho menos se plantean soluciones– que el hambre en el mundo y en cada país, incluido Colombia, empeorará en 2023, al agravarse sus causas, de sobra conocidas.
Además de la pobreza consuetudinaria, la especulación de los oligopolios de las trasnacionales ha encarecido los fletes marítimos y los alimentos y los insumos agrícolas importados, cuyos precios elevan casi sin ninguna cortapisa. Y en el gobierno de Iván Duque, para completar, el precio del dólar sufrió un aumento considerable, al pasar de 3.000 a 4.000 pesos, encarecimiento también relacionado con el libre comercio, que nos impone importar en exceso bienes que podríamos producir y nos entraba aumentar nuestras exportaciones, con lo que la economía nacional tiende a ser deficitaria en dólares, encareciéndolos. Y más porque el aspecto principal del endeudamiento externo y la inversión extranjera ya no son los dólares que entran al país sino los que salen, en forma de pago de la deuda externa y de las remesas de las utilidades de las trasnacionales a los países de sus propietarios.
Así estamos pagando los colombianos, con más desempleo, más pobreza, más miseria y más hambre, la forma arbitraria –porque usaron el clientelismo y la corrupción heredada del Frente Nacional– como se nos impuso reemplazar con productos extranjeros la producción agraria con la que nos autoabastecíamos, al abaratar las importaciones y encarecer la producción interna. Política ultra regresiva montada sobre la mayor mentira imaginable de decirnos que lo que imponían era lo mismo que habían hecho los países desarrollados para desarrollarse, cuando en realidad nos obligaban a hacer exactamente lo contrario.
Y lo que sucede dice que estas realidades no las tiene como su principal preocupación el nuevo gobierno. Porque no reconoce el fementido “libre” comercio y los TLC como la base de los problemas nacionales y por lo estrecho de sus relaciones con conocidos neoliberales.
Bogotá, 8 de julio de 2022.