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No hay un solo análisis ilustrado que diga que en la cumbre del clima de Glasgow (COP26) se establecieron compromisos formales serios, que obliguen a los países que más Gases de Efecto Invernadero (GEI) generan a tomar decisiones que conduzcan a que la temperatura global promedio no aumente más de 1,5 grados con respecto a la época preindustrial, el objetivo que debe alcanzarse.
Según la ONU, con los compromisos de la COP26, las emisiones totales de carbono (CO2) crecerán 13,7% para 2030 sobre 2010, en lugar de reducirse 45%, lo que significa que el problema del calentamiento global se agravará en los próximos años.
Pero no es sorprendente este fracaso. Porque desde el Protocolo de Kioto en 1997, los países que más carbono generan han incumplido sus tímidos compromisos de reducir las emisiones. Para la muestra de lo que ocurre, un botón: ¡este noviembre!, el gobierno de Biden concesionó 200 millones de hectáreas para buscar más petróleo y gas en el Golfo de México, el proyecto de exploración más grande de la historia de EEUU. Lo cierto es que los países industrializados o que buscan serlo no asumen mayores compromisos o no los cumplen porque sus particulares intereses los inducen a seguir emitiendo en grande CO2, metano y otros GEI.
A pesar de estas verdades conocidas, el senador Gustavo Petro volvió a insistir –El Tiempo (Nov.21.21)– en que, como Presidente, ordenará no buscar más petróleo en Colombia, con lo que se dejará de exportar y habrá que importar combustibles a partir de 2027, porque se agotarán las reservas probadas, o desde 2034, si es que él además cierra la exportaciones, como también ha dicho que hará, en los dos casos causándole un gravísimo daño a la economía nacional y desempleando y empobreciendo más a los colombianos. Una gran irresponsabilidad.
Y una decisión populista, además, porque en nada se modificará el cambio climático, dado que otros países harán las exportaciones petroleras que Colombia deje de hacer –con la misma producción de carbono en el mundo– y aquí seguiremos, con combustibles importados, emitiendo el CO2 que hoy emitimos por la quema de combustibles fósiles. No olvidemos además que dichas emisiones de carbono solo le aportan el 0,3 por ciento a los GEI globales, porque los colombianos somos más víctimas que victimarios de este fenómeno.
En la misma entrevista, el senador Petro amenazó con que “el 80% del carbón colombiano se debe quedar en el subsuelo” –para no exportarlo–, provocándole un daño enorme al país y a La Guajira y el Cesar, daño que justifica con la falacia de que los ingresos por el carbón pueden reemplazarse con la electricidad generada con el viento guajiro. Porque no es igual para los ingresos nacionales y de los departamentos productores una u otra situación y sobran países que pueden reemplazar las exportaciones de carbón colombiano, luego en nada se reduciría el calentamiento global. Y es obvio además que Colombia también puede generar energía solar y eólica sin necesidad de renunciar al muy lucrativo negocio de los combustibles fósiles.
Para completar, Petro fue capaz de aplaudir a Duque por debilitar a Ecopetrol al obligarla a malbaratar dos mil millones de dólares en la compra de ISA, error garrafal que los dos coincidieron en justificar como positivo para el ambiente, cuando es notorio que esa operación en nada modifica el problema ambiental de Colombia y del mundo, que con ella se da otro paso en la privatización de Ecopetrol y de ISA y que el duquismo malbaratará esa plata en mermelada electoral.
Le hace mucho daño al país que así se haya creado otra razón, ¡y bien artificial!, para dividir a los colombianos. Mi cordial llamado a quienes han ejercido liderazgos ambientales a que opinen en público sobre este debate y a que asuman el esfuerzo de diseñar un acuerdo nacional sobre cómo debe hacer Colombia su transición energética.
Bogotá, 28 de noviembre de 2021.