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La capacidad nacional de competencia

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Concept Cartoon Illustration of Funny Businessman and Economic Crisis or Recession

Revista de la Andi, agosto de 2015, No. 252

La mejor frase sobre la competitividad en Colombia la dijo, al inicio de la apertura, Darío Múnera Arango, presidente de Coltabaco y de la Junta Directiva de la Andi: “Entonces yo llego a la tesis de que la competencia internacional no es entre industrias ni entre empresas, sino entre naciones, naciones completas (…) En el ámbito internacional más que la capacidad de competencia empresarial o de competencia industrial juega la capacidad nacional de competencia” (Revista Andi 102, p. 15, Ene-Feb 1990).

En ese mismo año de 1990, en un ensayo contra el libre comercio –entendido como lo que nos imponía el Banco Mundial, según explicó Abdón Espinosa Valderrama (El Tiempo, Feb.27.1990)– comenté la frase de Múnera Arango: “A la hora de competir, detrás de cada empresario se encuentra el país y la nación a las cuales pertenece. Por ejemplo, en la mercancía norteamericana que sale por el mundo va concentrada toda la potencia de esa nación, es decir, su capital acumulado, su capacidad tecnológica, el nivel educativo de su mano de obra, su sistema financiero, la fortaleza de su moneda, la estructura de costos de su infraestructura, los subsidios que el gobierno les concede a sus empresarios, su legislación comercial, sus relaciones internacionales y hasta sus propias fuerzas armadas”, listado que, luego de 25 años de malas experiencias para Colombia, puede ampliarse de muchas maneras.

¿Significa lo anterior que no importan las capacidades y habilidades del empresario individualmente tomado? Por supuesto que no. Ellas también cuentan para alcanzar los niveles de competitividad necesarios para derrotar a los adversarios y vencer, pero sin perder ni un solo momento de vista el concepto de la capacidad nacional de competencia, cosa que suele ignorarse porque hay realidades que crean confusión y porque existen los interesados en crearla, en medio de una mentalidad también creada para ver al que no tiene éxito como el único responsable de su fracaso y al que sí lo tiene como una especie de superdotado que solo a él mismo se le debe haber salido adelante.

Suele ignorarse que la globalización no afecta por igual a los bienes transables que a los no transables en el mercado mundial o que lo son de manera limitada, por lo que quienes se mueven en esos negocios no tienen competidores extranjeros o los tienen en menor proporción: sector financiero, servicios públicos domiciliarios, comercio minorista, bebidas, cementos, construcción, etc., mientras que a otros les toca competir con mercancías de países con mayores capacidades nacionales de competencia.

Además, es normal que quienes son exitosos –sin quitarles sus méritos personales– no capten que la base de su condición reside en que la sociedad creó una determinada capacidad nacional para producir ese bien –mercado, infraestructura, educación, mano de obra, etc.–, la cual les permitió competir con otros dentro del país y vencer. Es el problema de si existen las condiciones, la potencialidad, para tener éxito personal y para cuántos individuos. Ni la gallina mejor emplumada y cumplidora será capaz de sacarle un pollo a un huevo de piedra. Pero sí es muy probable que una gallina de menos plumas y algo perezosa le saque un pollo a un huevo natural. El número de cocineros exitosos es directamente proporcional al número de restaurantes que puedan existir y que existan y estos a la capacidad de compra de la sociedad, por lo que es diferente si se está en Francia, con un ingreso percápita de cuarenta y tres mil dólares, o en Colombia, con uno de míseros ocho mil. Sin los nichos que crea la capacidad nacional para producirlos nadie puede triunfar. ¿Alguien cree que Bill Gates hubiera podido crear a Microsoft en Colombia?

En resumen, la competitividad es el resultado de los esfuerzos de los individuos y de la nación en la que estos actúen. ¿Y quién determina la capacidad nacional de competencia? Sin duda, los gobiernos y los partidos políticos, que son los que definen las reglas de juego en las que tienen que actuar las personas y las clases sociales.

¿A qué horas tienen que madrugar los productores industriales o agropecuarios para poder compensar una revaluación del cincuenta por ciento y los demás altos costos que determinan una bajísima capacidad nacional de competencia? Cuando empezó la apertura, Colombia no era competitiva internacionalmente en casi nada, como lo advertimos algunos, y 25 años después sigue en el mismo problema, salvo en casos excepcionales y en los que, como antes, se compite con el bajo precio de la mano de obra. ¿No vive Colombia de la minería, como en los días de la Corona española? ¿Es competitiva a escala global en los costos del dinero, la electricidad, los combustibles, la infraestructura, los subsidios, la calidad de la educación, la seguridad, la ciencia y la tecnología…? Luego también se demostró como falsa la teoría de que Colombia se volvería competitiva por el simple hecho de desprotegerle su aparato productivo.

Son los mismos que en décadas no han elevado la capacidad nacional de competencia los que embarcaron el país en la apertura, los TLC y el conjunto de las políticas del Consenso de Washington que, como era obvio, le han causado daños gravísimos al agro y a la industria nacional. Y sus formadores de opinión, además, lograron infundirles a muchos colombianos la idea de que el productor que no prospera o se quiebra es una especie de irresponsable que se merece su suerte, por lo que en Colombia se aplauden los cierres de las empresas, en tanto ocultan la gran verdad de Múnera Arango sobre la capacidad nacional de competencia.

Una última afirmación sobre la competitividad, que también se sabe pero que se silencia: la economía es al final un problema de la política.

Bogotá, 31 de julio de 2015.